De Perú llegan noticias, crónicas, también imágenes, inquietantes, por decirlo suavemente. Aceptada de antemano la relativa temeridad de un juicio, una reflexión a distancia, vamos con ella.
Se lidiaba en la histórica plaza limeña de Acho la corrida estrella del ciclo, un cartel con tres máximas figuras llegadas de España (ya saben, Ponce , El Juli y Manzanares) , recibidas con la máxima expectación y colmados de lisonjas, con la hospitalidad que caracteriza a las gentes del lugar. Para la ocasión, toros de Robeto Puga de los que sólo se lidiaron cuatro pues dos de ellos fueron devueltos por las protestas de un público tan amable como mosqueado. Lo escrito y lo visto refleja una dolorosa realidad que , por desgracia, se repite con peligrosa asiduidad: la presentación y condición de las reses roza el engaño, toca el fraude.
Ha ocurrido ahora en Acho y antes y, me temo, después, en otras plazas de la América taurina, sin que la categoría de las mismas parezca resultar obstáculo para la indecencia. Porque de indecencia hablamos cuando, por ejemplo, en una plaza como la de Insurgentes de México D.F saltan, tarde tras tarde, cartel tras cartel, animales en los que cuesta identificar todo aquello que da validez al rito del toreo, que empieza por el toro, claro. De poco valen declaraciones enjundiosas, comprometidas, valientes. Tampoco clamar por la modernidad desde la presencia en los medios y las redes, si luego, a la hora de la verdad, todo se queda en una sonrojante pantomima de magisterios en entredicho, poderío sinsentido y estética hueca.
A lo que parece, muchos de los vicios de lo que se ve (y sufre) en la temporada española se multiplica con artera impunidad por esas plazas México, Venezuela, Ecuador, Perú (en pocas semanas, Colombia, me temo) y, lo peor, es que los protagonistas suelen ser aquellos toreros sobre los que recaen las mayores expectativas. Es como si aún perviviera un cierto espíritu conquistador, en la peor acepción del término, como si alguien pensara que los pobres indiecitos se conformarán con el brillo de los metales al sol y que verán oro donde sólo hay chatarra.
Y , claro, como también ocurre aquí, luego llegarán las lágrimas de cocodrilo, cuando la excusa de los antis no sirva para tapar desvergüenzas clamorosas en las que todos tienen su cuota de responsabilidad, desde empresarios corsarios, a ganaderos sin escrúpulos y toreros acomodaticios , pasando ¡ay! por una información taurina deudora de intereses varios que le restan credibilidad. Mientras nos entretenemos en discusiones bizantinas tal que lo de la cubierta de Las Ventas, como si el futuro pasara por ahí y que el cliente esté cómodo, éste, el cliente (el aficionado y el ocasional), lo que busca, por lo que paga, es por que del ruedo le lleguen, mejor o peor expresadas, las verdades de un rito único que sólo tiene sentido desde su integridad. Si no que les pregunten a los que, el 16 de septiembre en Nìmes, ocupaban , bajo el sol inclemente, las últimas piedras de lo más alto del bimilenario Coliseo, tuvieron, si quiera por un segundo, tiempo para pensar que, bajo techo y con las posaderas en butaca y la riñonera con respaldo, todo hubiera sido mejor. Al salir, sólo contaba el milagro.
Pongan freno a los desmanes, sosiego a su codicia, o esto se les va irremisiblemente de las manos, hasta convertirlo en parodia insufrible. E indefendible.
Paco Mach
http://www.burladero.com/opinion/032632/hecho/acho
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