domingo, 20 de enero de 2019

Don Francisco Pizarro




LA GENTITA

       Por; Josefina Barrón  

primera, una niña todavía, era hija del conquistador con Inés Huaylas, supuesta hermana de Huáscar y Atahualpa. Francisca la mestiza tuvo una vida plena en las cortes de España, fue amiga de reyes y heredera de la fortuna que amasó su familia, como cuentan, como se sabe, como fue pues. Vida de reyes, reina ella de sangre azul y piel capulí la Paca. La otra que estaba ese día, Inés Muñoz, su tía por ser esposa de Francisco Martín de Alcántara, adorado hermano por parte de madre del conquistador, la rescató y protegió cuando el conquistador fue asesinado por los almagristas. Doña Inés, además, fue quien por primera vez sembró y produjo trigo en el Perú.



Cierto día de enero de 1535, puso don Francisco la primera piedra de una ciudad que hoy crece en los arenales y el primer madero de una iglesia que hoy se permite rezar en las redes sociales. Había dejado atrás sus inicios de criador de cerdos en Extremadura. Era a lo que se dedicaba su familia. El pastoreo. Pasó a ser soldado el hombre; político, conquistador, aventurero. Era el gobernador. Se había ganado el rango luego de años de audaces experiencias en el camino de la vida.

Había elegido a Tinoco, un cura de condición humilde para oficiar la misa por la fundación de Lima. Don Francisco vestía, como siempre, todito de negro, con la cruz roja de Santiago en medio del pecho, y usaba, como el Gran Capitán que ya era, sombrero blanco y zapatos de piel de venado. Los indios que componían el séquito del distinguidisimo curaca Taulichusco estaban extrañados ante la copiosa y blanca barba de ese hombre que traía consigo aquellos animales sobre los cuales parecían fundirse los extranjeros. Caballos eran estos cuadrúpedos nunca antes vistos.
Tampoco habían gozado belleza tan exótica como la de Beatriz, mujer del veedor García de Salcedo, hermosa morisca de curvas más que sinuosas, de piel oscura como la de los andinos, pero de raza única. Dicen las crónicas que Beatriz podía convencer a Pizarro de lo que Riquelme, Tesorero Real, con todo su razonamiento matemático no lograba. Y recordando a Alonso de Riquelme, allí estaba ese feliz y fatídico día en que se fundó Lima, viejo ya, seguro con un calor de marras debajo de sus terciopelos y oropeles, bien a las cadenas y sortijas de oro, víctima de gota, de gula, de obesidad, poco dado a otra aventura que no fuera el gusto por la burocracia. Cómo heredamos de Riquelme la tendencia por tal cosa como la burocracia ¿no es así Papá Estado? Quizás por todo eso se hacía llevar sobre una silla el gordinflón y mofletudo, una silla desde la cual se persignaba, seguramente confesándose a sí mismo algunos pecadillos vinculados a dineros mal habidos y quizás a alguna falda, quién sabe. Pecadillos o pecadotes como los que se siguen cometiendo en nombre del Estado y de Dios, joer macho.

No podían faltar ese día aquellos emisarios que enviara Pizarro a buscar el lugar ideal para fundar Lima. Tremendo encargo había sido ese. Alonso Martín de Don Benito había acompañado al conquistador desde que cruzaran el Istmo de Panamá. Fue él el primer europeo en llegar y tocar las aguas de la Mar del Sur, el recién descubierto Océano Pacífico, antes que Balboa, antes que Pizarro, antes que nadie. Allí estaba, al lado de Juan Tello y de Ruy Díaz, viejo y recio barbiblanco como Pizarro, socio y amigo desde siempre. Lo que no sabría del conquistador ese hombre.

Dos mujeres presenciaban el acto: Francisca Pizarro e Inés Muñoz. Tremendo par. La


Habría ese 18 de enero esclavos negros, indios de Nicaragua, de Jauja y del Callejón de Huaylas, del valle del Rímac, del Chillón y de Lurín con sus diademas de plumas seguramente de guacamayos y de otras aves exóticas, plumajes recogidos desde el Antisuyo y primorosas ofrendas de fibra de vicuña desde el altiplano. Imagino que alguna piel de otorongo traída también del Antisuyo. Dejaría de ser el legendario vergel Lima; sería poco a poco silenciado el río, o los ríos pues tres ríos alimentaron la decisión de fundar aquí la ciudad de los reyes, la de los reyes magos, y pronto la casa de Pizarro alzaría su ronca, prepotente voz. Y aquí estamos pues, los hijos de ese día, los hijos de esos ríos, los hijos de esos indios y esos gordos y flacos barbudos, los hijos de esos negros y esas moras, los hijos de esos arenales, los hijos de esa burocracia, los hijos de esos tiempos y esas aventuras, los hijos del Estado y del estado de cosas, saliendo adelante a pesar de todo, pues eso es lo que somos, los reyes de la ciudad de los reyes, joder. Somos nosotros la gentita, aunque insistan en desmoralizarnos con un bocinazo en el tímpano izquierdo y un dedo medio en la retina. Ah, y con una yuca a medio meter...

Inés Huaylas fue hermana de Atahualpa y esposa de Francisco Pizarro.

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