viernes, 11 de noviembre de 2022

Acho bordado en mi mente con hilos de oro

 



En su aniversario (ayer), le dedico unas palabras a nuestra querida plaza, palabras que escribí hace unos años cuando era la apoderada. Esperemos que esto pase y podamos volver a juntarnos en ella. Se extraña su magia. El arte que allí se logra...

ACHO

Por; Josefina Barrón

La observo pelar la madera y las paredes de los contrafuertes con sus propias manos. Conserva la tranquilidad de quien sabe que llegará a tiempo a completar la misión encargada, a pesar de parecer y ser titánica. Me deja ver cómo ha sido tratada la plaza. Se ha añadido capa sobre capa con elementos plásticos, con cemento, al final con tanta espesura sobre el adobe que no se le permitió respirar. Por eso fue inminente retirar y retirar, sacarle todos esos años y peso de encima, y dejarla hablar; permitirle a la plaza decirnos cosas, guiarnos hacia donde ella quisiera llevarnos. Y eso fue lo que pasó.

Ana Elisa Berenguel, alguna mañana húmeda de junio, 2014. Ella es arquitecta, especialista en restauración de patrimonio, profesora de la UNI. Su último proyecto, Casa Moreyra. La empresa que ha tomado las riendas de Acho la ha contratado para que renueve la plaza.

Tiempos. Cubren, tapan, enmantelan, abrigan, mienten. Estos son machones antiguos como la tradición cuenta. Contrafuertes de cuarto de milenio que sostienen gran parte de la historia de Lima. Han visto andar a presidentes y villanos. A veces, ambos en la misma e ingrata sombra, aquellas tardes de verano, antes de que la feria se hiciera en octubre, cuando arreciaba el verano y se toreaba debajo del sol inclemente. Hasta que el Zeñó Manué decidiera que era oportuno vincular octubre, al Señor que hacía milagros, a la fiesta brava, a Lima y su recutecu de domingos, antes de que fuera demasiado tarde y el mar, el sol, enero y la orilla cautivasen al limeño cansado del gris. Y dejasen de forjar afición taurina.

Cuando era niña, venía al tendido nueve, barrera. Mi madre extendía su mantón de manila. Mi padre, su
enorme sonrisa de ojos verdes. Una alfombra florida delante del ruedo. Pude oler la arena, oler al toro, escucharlo todo, hasta el  breve espacio entre vida y muerte desde mi pequeño recinto de colibríes y flores bordadas. Pero nunca advertí los contrafuertes y arcos de una de las plazas más antiguas del mundo. En ese entonces solo contaba la dimensión sensorial. La razón vendría con la madurez. Tarde.

Acho había sido, en el principio de la historia, intensa como su esencia taurina. Acho, la plaza, de origen en el barroco limeño, nació en un tiempo de claroscuros, en una Lima que no los lograba por su cielo gris, por su falta de sol y sombras. Por eso los colores fuertes, por eso en Lima el azul añil, el amarillo ocre, el rojo almagre, todos ellos protagonistas de las paredes de la plaza alguna vez. Eso lo cuentan los testigos que encontramos en las paredes de adobe que yacían ocultas.

Hoy regresamos al pasado, buscando reconciliarnos con sus muros de adobe, reivindicándolos para la historia de Lima. Si dejamos volar nuestra imaginación, podremos ver un Acho de ensueño, un círculo azul añil al final de una alameda de intenso verdor, luego de un puente y un río en que sobraban camarones y vergeles.

En fin. El pasado, pasado es. Pero Acho está, se empodera toda ella y quisiera el respeto que merece su solera. Ahora que ando por debajo de sus arcos, siento el eco de siglos de liturgia; con los ojos apretados espero que cada mano que toque uno de estos muros de adobe sepa lo que Ana Elisa y yo ya sabemos: que es mucho más que un edificio. Es el alma que se recupera.

Fuente;  Josefina Barron


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