Gran faena de Andrés Roca Rey en Olivenza 6 de marzo 2016
PABLO J. GÓMEZ DEBARBIERI
Se llamó ‘Anaranjado’, negro zaíno, con 492 Kilos; serio, bajo de agujas y bien hecho. Andrés lo recibió por verónicas y lo llevó al caballo por rogerinas. Tras breve puyazo, clavadas las zapatillas, un emocionante quite por saltilleras. La vistosa variedad con el capote predispuso al público.
Con la muleta, en los medios, tres cambiados por la espalda, inmóvil; luego, vibrantes derechazos, arrucinas y espeluznantes adornos, estremecieron al público.
Pero Andrés se percató del son y de la rítmica embestida de ‘Anaranjado’ por el lado izquierdo; de allí en adelante, aquello fue una sinfonía de naturales. La muleta suelta, lacia, conducida por las yemas de los dedos del peruano, llevaba prendido como con hilos invisibles al toro; ora para un lado, ora para el otro; hipnotizado por el temple de Andrés, recorría semicírculos alrededor suyo, que él remataba con enormes pases de pecho. Arte profundo, con preámbulo de valor; las ovaciones ensordecedoras acallaban al pasodoble.
Tras gran estocada, el éxtasis en Olivenza; el frenesí, la locura colectiva. Dos orejas y el rabo para Andrés y la vuelta al ruedo a un toro con mucha clase, pero que en manos de otro, quizá no se hubiera lucido igual.
PABLO J. GÓMEZ DEBARBIERI
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