Vladimir Terán compartió una publicación.
"... No me he caído de ningún caballo, no soy un converso ni me voy a sacar el abono de la temporada que viene. Puede que no vuelva a ver una corrida en mi vida, pero me alegro mucho de que Chapu me invitara a conocer su mundo. Me siento un privilegiado por haber visto algo rarísimo que atenta gravemente contra el espíritu de los tiempos, algo que pone a prueba no sólo mi sensibilidad, sino la de toda la sociedad. El espectáculo y su rito plantean dilemas muy incómodos que no se pueden resolver desde una atalaya moral. Es muy facilón señalar lo evidente: que hay un animal que sufre y muere para proporcionar deleite estético. No se puede negar. Ningún taurino decente y sincero debería negarlo. Pero no es menos cierto que el público que asiste a las corridas no se compone de psicópatas sádicos ávidos de morbo y salpicaduras de sangre. No es el sufrimiento de un animal lo que les lleva a la plaza sino la potencia simbólica del ritual, la representación de una tragedia donde todo sucede de verdad. Porque eso es una corrida: la teatralización de una lucha, pero es un teatro donde todo es real, que termina con la muerte real y en el que el torero tiene un peligro real de morir. No son actores representando Medea. El espectador sabe que no hay fingimiento, que al terminar la función no caerán las máscaras..."