Castella: “Hágase un favor: no colabore contra este crimen cultural que pretende exterminar al diferente"
Sebastián Castella en respuesta a la prohibicion de menores en la fiesta brava.
Estimada Mme. Bergé:
Con el mismo respeto que enojo, le dirijo estas líneas tras saber de su aberrante propuesta sobre que se prohíba la entrada de los menores de edad a las corridas de toros en Francia. No voy a ser yo, un “simple” torero, quien le dé a usted lecciones de cultura. Me lo impide, en primer lugar, el respeto que usted no nos muestra ni a quienes hemos hecho del toreo nuestra vida, ni a aquellos que eligen libremente disfrutar de esta manifestación cultural, ni a la ingente nómina de artistas y personalidades culturales que han acudido a la tauromaquia como fuente de inspiración para sus obras.
Quizá no entienda usted el arte del toreo. Y es una pena, ya que, por su trabajo como diputada, se ocupa usted de asuntos culturales y de educación, entre los que destaca su atenta preocupación por el mundo del cine, pasión que ambos compartimos. Pero, aunque usted no entienda todas las culturas, quiero creer que, como buena francesa, sentirá bien dentro el lema de Liberté, égalité, fraternité que llevamos por bandera. Pues verá, como ciudadano francés quiero LIBERTAD. Libertad de pensamiento, libertad de elegir mi trabajo y mis aficiones y, sobre todo, libertad para elegir qué educación he de darle a mis hijas. ¿De verdad, en la cuna de la libertad, y como portavoz de un partido que propugna las libertades, quiere usted cercenarnos a los padres la potestad de educar libremente a nuestros hijos? ¿Eliminar de un plumazo esa libertad por la que sus propios padres lucharon en mayo del 68?
Y sí, digo educar. Porque para mí el toreo ha sido una escuela de vida y educación. Verá, Mme. Bergé, mi vida no ha sido un camino de rosas. Y mientras otros niños sueñan con ser futbolistas o astronautas, o con los personajes de Stallone que su propio padre dobla para la versión francesa, para mí parecerme a los toreros, que consideraba superhéroes vestidos de luces, fue la salvación. Porque en el camino de intentar ser yo también ese superhéroe aprendí valores, aprendí educación, aprendí cultura, aprendí disciplina, y conocí a personas mágicas de todos los ámbitos, desde la literatura hasta la pintura, pasando por la fotografía, el cine, el deporte o la política. ¿Sabe usted, Mme. Bergé, cuántos chavales salvan de la marginación y la delincuencia las escuelas taurinas de Nimes, Arles o Beziers, por poner solo tres ejemplos?
Dice usted que los niños no pueden ir a los toros porque en la plaza hay muerte de verdad. Mire, humildemente, le recomiendo una lectura breve pero intensa de nuestro compatriota Francis Wolff: 50 razones para defender la corrida de toros. En él habla del toreo como una escuela de respeto. Y escribe, también, sobre el presunto “trauma” al que se somete a los pequeños cuando van a los toros. Pues bien, «cualquier cosa puede traumatizar a un niño. Especialmente la violencia muda, ciega y absurda, a la que no se le pueda dar ningún sentido ni razón». No se lo digo yo. Se lo dice su colega Wolff. Y violencia sin sentido es, por ejemplo, la que los niños tienen en las redes sociales, siempre al alcance de su mano gracias a móviles que ellos manejan mejor que usted y que yo. ¿Van a prohibir las redes? ¿Van a establecer controles parentales por ley? No, claro. Arremeter contra el toreo es políticamente más correcto. Y más rentable. O eso piensa usted.
Mme. Bergé, sale usted al ruedo de la polémica para sacar rédito político de que dos ministros se dejasen ver en la plaza de toros de Bayona. Permítase hacer política de verdad y, aunque no sean de su partido, hable con ellos. Pregúnteles cuántos niños vieron en los tendidos y en los alrededores de la plaza. No hace falta que los cuenten: no habrían podido. Porque le aseguro que allí estaban por cientos. Y, ¿sabe usted? Son niños como los demás. Cuando abran las escuelas volverán al colegio, jugarán con sus amigos, estudiarán, harán sus trastadas, protestarán por hacer los deberes y soñarán despiertos con qué van a ser de mayores. Alguno, quizá, piense en ser torero. O no. Solo el tiempo puede decirlo. Pero, Mme. Bergé, no es usted quién para llevarle la contraria al tiempo.
Hágase un favor: no colabore contra este crimen cultural que pretende exterminar al diferente. Sea libre. Y, si no puede –cosa que entiendo, créame–, deje que los demás sí lo seamos.
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